Desde siempre se había sentido espectadora en el teatro de la vida, sola en aquella metrópoli llena de sombras, contemplando a la gente correr de un lado a otro, llorar, reír, soñar, despertar... Sabía que no encajaba, que no pertenecía a aquel mundo y, por más que lo intentase, nunca lo haría. Además, estaba aquella intensa y violenta atracción, un canto de sirena, una llamada implacable, visceral, que desde niña susurraba de manera dolorosa en su interior obsesionándola y forzándola a ir de un lado a otro de la ciudad sin saber por qué. Una vez más, atraída por ese...