De la vida y otros cuentos
Ninguno hablaba. De la sala contigua llegaba una tenue música barroca. Ese era el único sonido, a excepción del silbato de un tren lejano. A la derecha de Cristina, el carrito de caoba mostraba el cesto de panecillos, los cubiertos de servir y dos fuentes de cristal con uvas y kiwis. Todo estaba intacto. El orden era perfecto. Todos estaban muertos. Todos menos uno.