El 9 de abril de 1953, Juan Duarte fue encontrado muerto en su dormitorio. Estaba arrodillado ante la cama, sobre su propia sangre. En su sien derecha, un agujero negro: la marca de su alejamiento definitivo de este mundo. A su lado, un revólver calibre 38 y, sobre la mesa, una carta de despedida –¿escrita por su propia voluntad?, ¿dictada por sus matadores?–, dirigida a su cuñado, el presidente Juan Domingo Perón. ¿Se había realmente suicidado este marginado de provincias que ocupó el centro del poder y llegó a la Casa Rosada? ¿Se mató por mano propia este bon vivant de pelo...